lunes, 3 de octubre de 2011

Conclusión del Cid y Mester de Clerecía.

El poeta es capaz de sugerir toda una escena con la alusión a las cosas pequeñas y al conjunto, y de asociar a esta escena los personajes del drama y nuestras emociones. Muestra de ello es cómo presenta a los monjes de Cardeña (lugar que no describe porque era ya sabido de todos) moviéndose en la madrugada por el recinto de la abadía, llenos de emoción por la llegada del Cid y con sus trémulas candelas, el sonar de las campanas y a doña Jimena arrojándose a las gradas del altar para rogar por su esposo. Una de las descripciones más delicadas del poema es la de Valencia a través de los ojos de Jimena y sus hijas. La escena de Corpes es un ejemplo todavía más fino del arte descriptivo. Tenemos la premonición de que va a ocurrir alguna desgracia, porque el Cid así lo sospecha, pero el autor va creando el escenario propicio para enmarcar la trágica escena: misteriosos árboles enormemente altos (como un infierno, representado en la Edad Media como un espeso bosque). En el tenebroso bosque donde acechan fieras y aves del monte existe un “locus amoenus”, el vergel con su fuente de agua cristalina, lugar en el cual los infantes hacen el amor con sus mujeres en un marco bucólico. El alba traerá la tragedia tal como se auguraba al principio del episodio.

Referencias bibliográficas: Historia y Crítica de la Literatura Española. Edad Media, vol.I (Alan Deyermond), de Francisco Rico, editorial Crítica. También en la editorial Crítica, la obra de Colin Smith, La Creación del Poema de Mío Cid. El libro de López Estrada, en Gredos, Introducción a la literatura medieval española



EL MESTER DE CLERECÍA. GONZALO DE BERCEO. EL ARCIPRESTE DE HITA.


Las transformaciones sociales vividas en la península durante el siglo XIII explican en buena medida la aparición de unos poetas clérigos que cultivan el denominado “mester de clerecía”, encabezado por el riojano Gonzalo de Berceo.

Con la victoria cristiana de Navas de Tolosa en 1212, la guerra va cediendo y es de destacar el crecimiento urbano así como la creación de las primeras universidades, entre ellas la de Palencia (entre 1212 y 1214). El Concilio de Letrán celebrado en 1215 dictamina unas medidas culturales y literarias, como eran la necesidad de un maestro de gramática y otro de teología en cada catedral, el desarrollo de la literatura didáctica (exemplum) y la evangelización en lengua romance. La nobleza y el pueblo no muestran un ávido interés por la cultura hasta el siglo XIV, de ahí la concentración de la cultura en torno a los monasterios. La palabra “clerecía” se usa como equivalente a saber, dado que no todos los autores serían eclesiásticos, sino hombres cultos, es el caso del más insigne representante del mester del siglo XIII, Gonzalo de Berceo. Todos estos autores, algunos de ellos desconocidos, eran conscientes de una tradición culta (el pasado clásico), de una presencia religiosa, filosófica y moral y de la necesidad de llegar al pueblo el cual con el pasar de los años menos entiende el latín, como dijera el mismo Berceo: “quiero fer una prosa en roman paladino/ en el qual suel el pueblo fablar a su vecino”.

Clerecía y juglaría coexistieron en la Edad Media. Las obras en lengua vernácula iban dirigidas a un mismo público deseoso de entretenimiento al escuchar embelesado las gestas de sus héroes admirados o las vidas y milagros ejemplares de sus santos. Nuestro planteamiento al desarrollar el presente tema dista de oponer clerecía a juglaría partiendo de que el propio Berceo se denominó a sí mismo “juglar de santo Domingo y trovador de la Virgen”.
En el siglo XIV hallamos también una obra sumamente original y ecléctica que se estudia tradicionalmente en el conjunto de obras representativas de la clerecía, nos referimos al Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, arcipreste de Hita. No cabe duda de que la obra de Berceo y la del arcipreste responden a dos momentos socioculturales distintos pero a un mismo propósito de “delectare et prodesse” (enseñar deleitando) el cual impera en la literatura narrativa medieval.

A partir de los siglos XI y XII se produce una gran mejora económica en un tiempo de relativa paz en que aumenta el índice demográfico; asimismo aumenta también la población eclesiástica y florecerán las universidades. En este renacimiento del siglo XII surge un enorme interés por el mundo antiguo y por el razonamiento lógico. Será en las primeras universidades donde culmina el proceso de asimilación del saber y de estudio de los textos literarios de la antigüedad. Así pues, los estudios universitarios se agrupaban en dos bloques: el Trivium (gramática, lógica y retórica) y el Quadrivium (aritmética, geometría, música y astrología). El saber en la Edad Media se extrae de los llamados “autores”, que eran “autoritas”, como podía ser Virgilio. Dada su oscuridad y dificultad surgen los comentaristas que a su vez se convierten en nuevos autores. El clérigo era el que estudiaba en la universidad y no necesariamente tenía que ordenarse, estos estudiantes se oponían a los laicos o legos. A la vez consta la existencia de un bajo clero ignorante, alejado del saber. El latín seguía siendo la lengua de comunicación del saber pero se va sistematizando el aprendizaje de escribir y el alejamiento de las formas clásicas es cada vez mayor, y por ende surge una literatura más cercana al pueblo, a la vida. Así pues, florece una literatura neolatina propagada por los clérigos seculares que estaban en contacto con el pueblo y cuyos intereses eran tal vez profanos. El resultado son textos plagados de citas e inspirados en textos antiguos. En los siglos XII y XIII existían retóricas que daban reglas para componer textos en latín y conseguir un buen estilo de escritura. Concretamente se establecían tres géneros de retórica: Ars Predicandi, reglas de oratoria, Ars Dictaminis, reglas de prosa y Ars Poeticae, reglas para componer textos en verso. No debemos pensar que en este resurgir cultural el resultado es únicamente una literatura culta dado que ciertos clérigos de baja estofa divulgaron poemas de carácter profano, que interesaban al vulgo, y que eran críticos con la Iglesia o parodiaban actos de la misa. Esta literatura es atribuida a los goliardos, en su mayoría clérigos pobres o sin parroquia, monjes ociosos o estudiantes universitarios. Sus temas favoritos fueron el vino, el amor erótico, la taberna, el juego, la pobreza o el aburrimiento del estudio. Se trataba de una literatura de humor, de tono picante y a veces intensamente erótica. Se llamaban a sí mismos “clérigos errabundos” y en España los goliardos (del francés gouliard, clérigos de vida irregular) eran conocidos como “sopistas” porque una sopa caliente en los conventos podía ser el pago recibido por sus poemas y cantos jocosos burlescos. Carmina Burana o el Cancionero de Ripoll son obras representativas de esta literatura que indudablemente tiene su eco en el Libro de Buen Amor, en el que nos centraremos más adelante, o en la posterior Gargantúa y Pantagruel de Rabelais.

La primera escuela consciente de poesía aparece en el siglo XIII. Estos poetas utilizan una nueva forma métrica conocida como cuaderna vía: versos de catorce sílabas (con cesura tras la séptima) en tetrástrofos monorrimos. El nombre de “cuaderna vía” se ha tomado del que probablemente fue el primer poema compuesto en tal manera, el Libro de Alexandre. Mester de clerecía es el nombre que reciben los poetas que escriben siguiendo este estilo de clara influencia francesa; tal expresión está acuñada con palabras que figuran dispersas en la segunda copla de la obra citada y que servirá para designar a un subgénero poético distinguible de las composiciones de los juglares españoles medievales. Estos son los versos del poeta anónimo: “Mester traygo fermoso non es de joglaría,/ mester es sen pecado, ca es de clerecía,/ fablar curso rimado por la cuaderna vía,/ a sýlabas contadas, que es grant maestría.” En otros lugares del poema comprobamos que “mester”, y su doblete “ministerio”, significaban para nuestro poeta una especie de deber que tenían todos los hombres, cada cual según su condición, de dominar su “ciencia” y ponerla al servicio de algo, hacer de su vida un trabajo o menester. Y no es “clerecía” tan sólo erudición sino algo íntimamente identificado con el studium de la escuela o universidad; y su valor se simboliza asociándolo con Aristóteles. 
El conjunto de obras que conforman el mester de clerecía es heterogéneo, como sostiene Deyermond, en cuanto a su temática. Lo que tienen en común estas obras es un medio universitario

El primer poeta de la nueva escuela cuyo nombre conocemos es Gonzalo de Berceo, nacido a fines del siglo XII y muerto antes de 1264. Utilizó la nueva poesía con propósitos piadosos. Es aceptada generalmente la opinión de Menéndez Pidal de que Berceo quería servir de intermediario entre la ciencia de los clérigos y la ignorancia del vulgo. Saca sus materias de los tratados de la biblioteca del monasterio de San Millán de la Cogolla y compone con ellas sus obras en cuaderna vía. Su público es en esencia el de los juglares y estos juglares devotos recitarían sus obras en las romerías de los santuarios. Debemos constatar que los santos cuyas vidas escribe Berceo están todos estrechamente vinculados al monasterio de San Millán de la Cogolla (en la Rioja, al sur de Nájera), donde el poeta se crió y verosímilmente ejerció como “notario” del abad Juan Sánchez. Santo Domingo de Silos había sido monje y prior de San Millán, mientras Santa Oria fue sepultada en la peña detrás del monasterio. Berceo se limitaba, pues, a escribir las vidas de los santos emilianenses tal vez por querer darles más publicidad que a otros santos de fama universal.
Gonzalo de Berceo nos aproxima de una manera inmediata su mundo real a través de un lenguaje llano, el “román paladino” con el que quería expresarse, el lenguaje de todos dirigido a todos los oyentes de la Rioja que se paraban a escucharle cual juglar. En estos albores de la poesía castellana, el idioma se mantiene al nivel más básico: común a la comunidad del público y fiel a la esencia poética. Prevalece la mención directa porque escribir en román paladino no significa escribir vulgarmente sino que ese lenguaje seglar, laico o lego es el lenguaje vivo, el prosaico-poético, el lenguaje del poema. Berceo abraza con él un mundo indivisible de su trasmundo. De las tres vidas de santos escritas por Gonzalo de Berceo, las de Santa Oria, San Millán y Santo Domingo de Silos, esta última ocupa un lugar central en el desarrollo de su obra y prominente por sus valores de estilo y composición. Berceo, formado en la retórica heredada de la antigüedad clásica, aplica a sus fuentes latinas el procedimiento de la “amplificatio”, bien visible si comparamos entre sí las dos vidas de Santo Domingo y San Millán, aquélla de 777 cuartetas de cuaderna vía, ésta de sólo 489 cuartetas. La Vida de Santa Oria, sin embargo, constituye un conjunto indiviso y breve frente a la equilibrada división tripartita de las otras vidas. Ante todo ambas vidas de los santos presentan en común la división en tres partes: la primera relata la vida del santo, la segunda los milagros hechos en vida y el tránsito de la vida terrena a la bienaventuranza, la tercera los milagros del santo después de la muerte.
La poesía castellana del siglo XIV tiene su máximo exponente en el Libro de buen amor, cuyo autor se nos presenta como Juan Ruiz, arcipreste de Hita, en la estrofa 19 del libro. No se sabe con certeza quién es este personaje a quien se ha propuesto identificar con varios “Juan Ruiz” o “Rodríguez” de la primera mitad del Trescientos. Se le ha querido identificar sobre todo con un tal Juan Rodríguez de Cisneros, canónigo en Sigüenza, Palencia y Burgos. En 1330 aparece la primera redacción del Libro de buen amor; la segunda es de 1343, año en que Gil de Albornoz pide una canonjía en Calahorra para un protegido llamado Juan Ruiz. En 1351 había otro arcipreste en Hita y a partir de 1353 no se sabe más de este personaje, que acompañó ese año a Gil de Albornoz en un viaje a Italia.  No podemos afirmar que este personaje fuera el autor del LBA, lo único fidedigno es lo que desprende su ecléctica obra. Trotaconventos lo describe en la obra y lo que sí queda claro es que es un personaje realista, directo, sensorial, que sabe captar todos los momentos que vive. Juan Ruiz recoge la tradición goliardesca además de la meramente religiosa y de la popular. Su obra rezuma sencillez respaldada por una vasta cultura, grecolatina y oriental. Es vitalista y mundano y a la vez  demuestra un serio respeto por la Virgen y por Dios. No queda exenta su obra de la crítica hacia la vida pecaminosa de ciertos personajes de determinados estamentos. En la obra hay un intento de divertimento y además de moralización y no es exagerado apuntar que el Libro de buen amor es un compendio de la cultura de la época.

Nos hallamos frente a una obra de estructura autobiográfica (el narrador es también protagonista principal en la mayor parte de los episodios), pero sin duda alguna se trata de una autobiografía ficticia: en la tradición literaria europea se hallan las fuentes literarias o muy próximos análogos de casi todos sus elementos. En relación a la forma autobiográfica, Francisco Rico habla de la influencia de las autobiografías medievales de Ovidio, que culminan en el poema De Vetula, muy próximo al Buen Amor; y debe aún unirse el importante papel que desempeñan las anécdotas autobiográficas en el sermón popular. No podemos clasificar esta obra dentro de un género literario dada la heterogeneidad de su contenido. Es como si todos los géneros cultivados en la época formaran este colorista tapiz hilvanado por las anécdotas que protagoniza el yo narrador. Ni en España ni en Europa existe una obra de semejantes características. No es una obra lineal, sino que presenta una estructura abierta como la novela del Siglo de Oro español. Mª Rosa Lida de Malkiel  nos habla de la obra como de una novela moderna.

Referencias bibliográficas:
Introducción a la literatura medieval española, de Francisco López Estrada, en Gredos; el volumen I (Edad Media), de Alan Deyermond, de Historia y Crítica de la Literatura Española, a cargo de Francisco Rico; Dos obras maestras españolas: el Libro de Buen Amor y La Celestina de María Rosa Lida de Malkiel; de Marcos Marín, Literatura castellana medieval. De las jarchas a Alfonso X.

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