miércoles, 19 de octubre de 2011

Los Romances

*Conviene leerlo todo aunque lo más importante para el examen está escrito en azul.

En el siglo XV se agudiza una crisis de estructuras y creencias ya iniciada en el siglo anterior. La cultura se va liberando de la dictadura religiosa, el pensamiento se va independizando de la fe. Lo material y lo espiritual se mezclan. La muerte ya no es la enviada de Dios que alivia el alma de sus sufrimientos, aunque sigue siendo temida, se la verá igualadora para todos. Como consecuencia los intelectuales buscarán la gloria terrenal en la fama, fruto de ese nuevo antropocentrismo.

Se considera que existen dos tipos de romances: los épicos, que responden mejor a las características de la poesía tradicional, y los líricos, que corresponden a la poesía de autor o “individual”, como se les ha llamado en la historia de la crítica. La tendencia general del desarrollo de la poesía romanceril, en lo que muestran los textos documentados, favorece las manifestaciones en que los factores líricos aparecen con más afectividad, dentro de un ajuste concertado.

Menéndez Pidal mantiene que el romance fue conservado y mantenido por la tradición y es, por tanto, una modalidad de la poesía “tradicional”, término que estimó más adecuado que el de poesía “popular”. Atribuye a la poesía tradicional un estilo impersonal que es el estilo de la “colectividad personificada”; de esta manera el romancero se manifiesta como la expresión más genuina del pueblo español en la literatura. Para él la actuación de la tradición como fuerza de cohesión poética activa, no sólo conserva la obra, sino que mejora el valor de cada pieza cuando actúa en un sentido de selección hacia las formas más afectivas del estilo. Este proceso de tradicionalidad hace, a su vez, desaparecer las condiciones de origen del romance: toda personalidad de autor se desvanece dentro de la colectividad.

En cuanto a formas, existe un predominio del octosílabo, con rima asonante, generalmente llana, preferida por la balada europea y en lo que respecta a la estructura abundan más los argumentos en pro de la tirada. Aparece en algunas ocasiones el estribillo, aditamento de origen lírico que poseen algunas romances adaptados para el canto a finales del siglo XV y durante el XVI. Acentúa su carácter musical el que el estribillo no marque una división conceptual entre los versos que le preceden y los que le siguen.


El estilo que llamamos romanceril tiende a las formas breves por ser una poesía esencializadora. Esta característica está directamente relacionada con la adopción de la letra para música. Se escogían trozos aislados que resultaban propicios para construir nuevas unidades, menores que el romance de origen y de mayor fuerza lírica, por cuanto que concentraban la significación del conjunto. También son típicos los comienzos abruptos, “in media res” y presentan cierta tendencia al truncamiento, es decir, a acabar la narración en el momento de mayor intensidad. Son abundantes las fórmulas épicas de presentación ante el oyente y el diálogo, o incluso el monólogo, que se mezcla así con la narración. Se observa, a su vez, en el lenguaje la pervivencia de ciertos arcaísmos como el uso de la –e paragógica en posición de rima o la conservación de la f- inicial latina y predominan las oraciones yuxtapuestas y coordinadas en detrimento de las subordinadas explícitas.
Dentro de la clasificación de los romances se encuentran el Romancero Viejo, de finales del siglo XV hasta 1.550, y el Romancero Nuevo, iniciado en 1530 y que llega hasta 1.640. En el primero encontramos tradicionales o históricos, inspirados en las gestas; los juglarescos, que aparecen en la segunda mitad del siglo XV donde destacan los fronterizos situados durante la última etapa de la Reconquista, y los moriscos, que expresan la atracción que los cristianos sintieron hacia la refinada cultura de los moros. Los últimos son los novelescos y líricos, nacidos de la libre invención de los poetas y cuyas fuente son muy variadas: bíblicas, clásicas, caballerescas, poemas eruditos o imaginativos. Éstos aparecen en el grupo denominado “De aventuras”, dado el carácter heterogéneo de piezas que no se hallan ligadas a un evento histórico ni a un texto literario: romances de amor, venganza, de misterio, etc.

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